El camino hacia el default global
Publicado el 25 de Julio de 2011Por
Periodista, escritor y docente universitario.
La marcha de la crisis inaugurada en 2007 prosigue su ruta europea, ya que los efectos dominó de su desenvolvimiento –la situación griega ilustra la de España, Irlanda y Portugal– está en la naturaleza de las cosas. Claro que la crisis global tiene un motor muchísimo más poderoso: el default estadounidense.
Periodista, escritor y docente universitario.
La marcha de la crisis inaugurada en 2007 prosigue su ruta europea, ya que los efectos dominó de su desenvolvimiento –la situación griega ilustra la de España, Irlanda y Portugal– está en la naturaleza de las cosas. Claro que la crisis global tiene un motor muchísimo más poderoso: el default estadounidense.
Pese a la “alegría” del primer ministro griego por la reestructuración de una deuda pública de 109 mil millones de euros, muy pocos creen que ese parche contable evite lo peor. El riesgo de un nuevo cimbronazo financiero, a caballo de la resistencia política que generarían los nuevos recortes del gasto público, forma parte del problema sin resolver; pero sobre todo, los efectos recesivos del programa de ajuste impuesto en Bruselas no se le escapan a nadie. Lo que en términos contables integra el abstracto ítem de gastos, en términos reales forma parte del ingreso popular bajo la forma de salarios y servicios. La reducción salarial del sector público, no va de la mano de la ampliación de la demanda solvente. Salvo, claro está, que la dinámica del sector privado sea tal que compense holgadamente esa caída. No es actualmente el caso. De modo que el necesario crecimiento económico requerido para afrontar el pago con ingresos genuinos brilla por su ausencia. Por tanto, una incómoda pregunta congela la crispada alegría de Georgios Papandreu: ¿por qué Grecia pagará ahora lo que no pudo pagar durante los últimos 12 meses?
En rigor de verdad, el garante de la reestructuración –en última instancia– no es otro que el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (EFSF, es su sigla en inglés). De sus fondos saldrán los dinerillos que finalmente cobrarán los bancos, pero se trata de saber qué harán las autoridades de la Unión Europea para recuperarlos.
Ahora vamos entendiendo. Para que Grecia termine pagando los títulos impagos hicieron lo siguiente: redujeron en un 20% su valor nominal. Lo hicieron emitiendo un nuevo título. Es decir, los papeles griegos en poder de los bancos fueron remplazados por otros de menor valor nominal –o sea, con pérdida para sus tenedores– que ahora están garantizados por el EFSF.
Sin embargo, ¿cómo podrían cobrar los bancos esta deuda ahora reducida? Debieran ser las autoridades de la UE las que tendrían que terminar de imponer las costosas medidas económicas, que tanto resiste la sociedad griega, y que asegurarían el repago pactado. Dicho sin subterfugios: lo que está debajo de la garantía que otorgó la Unión Europea son de hecho los activos públicos griegos: empresas del Estado, riqueza pública.
Entonces, o la economía griega aprovecha el “alivio financiero” (estoy ironizando) y genera suficiente excedente para el repago, o los activos públicos dejarán de ser una garantía teórica para volverse activos a realizar.
Esa película ya la vimos, dirá un accidentado ciudadano argentino y no exagerará: la garantía de los activos públicos termina en la privatización de las empresas “ineficientes”. Y los títulos en default acabarán siendo su moneda de pago final.
Esa es la perspectiva que los banqueros no discuten en público, y que los expertos consideran en privado, es la verdadera trastienda de toda la negociación.
De modo que la marcha de la crisis inaugurada en 2007 prosigue su ruta europea, ya que los efectos dominó de su desenvolvimiento –la situación griega ilustra la de España, Irlanda, Portugal– está en la naturaleza de las cosas. Claro que la crisis global tiene un motor muchísimo más poderoso: el default norteamericano.
DOS ECUACIONES, UN RESULTADO. Las trabajosas tratativas entre demócratas y republicanos en el Congreso de los Estados Unidos volvieron a fracasar. La posibilidad de un programa de recortes compartidos del gasto público se esfumó. Y como es atribución constitucional del Congreso –también lo es teóricamente en la Argentina– modificar el tope de la deuda pública, y como los republicanos detentan la mayoría parlamentaria, si no se modifica ese tope, si no se consensua antes del próximo 2 de agosto, la capacidad de pago del gobierno estadounidense habrá llegado a su fin.
Los que vieron por televisión la preocupada expresión de Barack Obama en la seguidilla de conferencias de prensa, ya saben que el presidente no sabe qué pensar. Es que Obama leyó mal el significado político que su victoria supuso para el caucus conservador de la sociedad de los EE UU. Cuando la marea humana que generó su victoria lo acompañó por las calles del Capitolio, el caudal político del presidente alcanzó su clímax. En ese punto podía casi todo, pero como no hizo casi nada de lo que la sociedad esperaba –proteger el empleo, estimular la economía real, impedir que la desigualdad social siguiera creciendo– ese capital se terminó malversando; y si su popularidad se recompuso hace unos pocos meses, no lo hizo sobre la mejor base: el vuelco estuvo determinado por el inexplicable asesinato de Osama bin Laden, situación que motivó increíbles festejos públicos de un acto manifiestamente ilegal, donde el tono patriotero organizó el nuevo sentido político.
De modo que en lugar del camino diferencial para responder a la crisis, Obama terminó recorriendo el trillado camino conservador, sin alegría. Fue por eso que la recuperación de la actividad económica, que apenas despuntó en el horizonte, no motorizó ningún cambio. Desde el momento en que la economía dejó de avanzar a buen paso, el peso del gasto público recobró su dinámica recesiva. Obama propuso recortes que nunca satisficieron la voracidad republicana. El motivo es simple, los republicanos intentan algo que no pensaron que podría suceder: responsabilizar al presidente de la marcha de la crisis.
Todos sabían que George W. Bush era el responsable absoluto del desaguisado estadounidense. Por tanto, Obama disponía de todo el crédito si paraba la crisis de 2007. Como eso no sucedió, como la continuidad entre ambas políticas se subrayó hasta puntos casi increíbles, los republicanos, tonificados por la victoria electoral de medio tiempo, van por todo. Para impedir el segundo turno demócrata, no vacilan en llevar el país al borde del precipicio y más allá. Si bien la fluidez de la política norteamericana es muy grande, el destino del presidente pareciera estar atado a la voluntad republicana. Me inclino a pensar que la jefatura conservadora se propone poner de rodillas a Obama, obligándolo a aceptar una propuesta intragable. Esto es, una reducción de las partidas que afectan sobre todo a los sectores de menores ingresos –salud pública, servicios sociales– sin contrapartida alguna para los sectores más ricos. En suma, una vuelta de tuerca, donde la distancia entre pobres y ricos –la más aguda en la historia de los EE UU– no sólo no se reduciría sino que volvería a pegar un salto inaudito.
Si el presidente no aceptara este ultimátum, que exhibe la voluntad de la rendición incondicional, el default de los títulos estadounidenses no tendría vuelta atrás, y sus consecuencias modificarían la escena internacional hasta volverla sencillamente irreconocible.
El dólar es la moneda de reserva del mercado mundial, todos los activos están referenciados en dólares. El país que administra ese recurso insustituible –al menos en el corto plazo– no puede volver incobrables los títulos garantizados por la Reserva Federal sin afectar el dólar. Y si eso terminara sucediendo, todo el sistema de paridades monetarias se terminaría yendo al diablo. Lo que equivale a sostener la posibilidad de la ruptura del mercado mundial, con una brutal reducción de flujos en materia de comercio internacional. Eso no estaba en el libreto de nadie, y nadie puede saber qué terminaría significando su inclusión en la agenda política de la sociedad global.
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